El Genocidio Silencioso de Sudán: ¿Por Qué el Mundo Mira Hacia Otro Lado?
1 de noviembre de
2025 : Imaginemos un horror que eclipsa incluso las pesadillas más oscuras de
la historia reciente: aldeas arrasadas por milicias a caballo, hombres
ejecutados por su etnia, mujeres violadas en grupo como arma de guerra, niños
arrancados de los brazos de sus madres para ser masacrados ante sus ojos.
Familias enteras
huyendo a través de desiertos abrasadores, donde la hambruna no es un riesgo,
sino una sentencia de muerte. Esto no es un guion de película distópica; es
Sudán, hoy, en 2025.
Un genocidio en
marcha, reconocido por el Departamento de Estado de Estados Unidos en enero
pasado, pero que se consume en el olvido global. Mientras el mundo se paraliza
ante conflictos que encajan en narrativas cómodas, Sudán sangra en silencio,
con cifras que harían palidecer a cualquier conciencia humana.
Desde abril de 2023,
la guerra civil entre las Fuerzas Armadas Sudanesas (SAF) y las Fuerzas de
Apoyo Rápido (RSF) —herederas directas de las infames milicias Janjaweed,
culpables del genocidio de Darfur en los 2000— ha devorado al país.
Estimaciones
conservadoras de la ONU y Le Monde hablan de al menos 150.000 civiles muertos,
con más de 40.000 solo en combates directos; pero si sumamos las víctimas
indirectas por hambre y enfermedades, la cifra podría triplicarse. En Jartum,
la capital, han perecido 61.000 almas, 26.000 de ellas por balas y bombas. Y en
la reciente masacre de El Fasher, en octubre de 2025, las RSF aniquilaron al
menos 1.500 personas en 48 horas, en un asalto étnico que el Laboratorio de
Investigación Humanitaria de Yale compara con las primeras horas del genocidio
ruandés.
No es exageración: es
limpieza étnica sistemática contra comunidades no árabes como los masalit, fur
y zaghawa, con ejecuciones puerta a puerta, destrucción de aldeas y un bloqueo
deliberado de ayuda que induce hambruna.
El desplazamiento es
una tragedia bíblica: 12,4 millones de personas —el mayor éxodo forzado del
planeta— han sido arrancadas de sus hogares. De ellos, 8,8 millones son
desplazados internos, y 3,5 millones han cruzado fronteras hacia Chad o Sudán
del Sur, donde los campos de refugiados son tumbas abiertas por el cólera y la
desnutrición.
En el campamento de
Zamzam, cerca de El Fasher, la hambruna fue declarada oficialmente en agosto de
2024, con 638.000 personas en fase catastrófica de inseguridad alimentaria. Más
de la mitad de la población sudanesa —25,6 millones— enfrenta hambre extrema, y
30,4 millones necesitan ayuda humanitaria urgente.
Es la peor crisis del
siglo XXI, según la ONU, un infierno donde el 80% de los hospitales en zonas de
conflicto son ruinas inútiles, y donde el cólera ha cobrado 1.500 vidas solo
hasta marzo de 2025.
Pero el verdadero
puñal en el corazón de la humanidad es el destino de las mujeres y las personas
LGBTQ+. Seis millones de mujeres y niñas desplazadas viven en un purgatorio de
violencia de género: la ONU reporta un triplicamiento de la violencia sexual
desde el inicio de la guerra, con más de 12 millones en riesgo.
Las RSF usan la
violación como arma sistemática —en grupo, con torturas como quemar a las
víctimas con líquidos calientes o separar bebés para humillar a las madres—,
clasificada por Amnistía Internacional como crimen de guerra y posible crimen
contra la humanidad.
Sobrevivientes
enfrentan estigma, falta de atención médica y leyes que las castigan por
"adulterio" en lugar de protegerlas. El 80% de las mujeres
desplazadas carece de agua potable, y las muertes maternas se disparan por la ausencia
de servicios reproductivos.
Para las personas
LGBTQ+, Sudán es un abismo legal y social: el Código Penal de 1991 criminaliza
la sodomía con hasta cadena perpetua, y los "actos indecentes" entre
mujeres con un año de prisión. En la guerra, el acoso se multiplica: refugiados
LGBTQ+ en campos como Gorom sufren asaltos, extorsión y expulsiones por parte
de autoridades y comunidades, con la ACNUR inactiva ante amenazas de muerte y
denegación de comida o medicinas.
No hay refugios; el
activismo es clandestino, y el 83% de la sociedad rechaza la homosexualidad. Es
discriminación letal, agravada por un conflicto que ignora estas voces.
Y aquí radica la
vergüenza suprema: un doble estándar que apesta a cinismo político. Aquellos
que derramaron ríos de tinta —y lágrimas selectivas— sobre Gaza, donde la
tragedia es innegable y merece escrutinio global, guardan un silencio
ensordecedor ante Sudán.
Organizaciones como
Human Rights Watch y Amnistía han emitido informes valientes sobre las
atrocidades en Darfur, exigiendo embargos de armas y misiones de la ONU, pero
¿dónde están las manifestaciones masivas en Londres o Nueva York? ¿Dónde las
declaraciones incendiarias de celebridades, los boicots virales o las
resoluciones urgentes en la Asamblea General?
En Gaza, el mundo se
moviliza por 40.000 muertos; en Sudán, 150.000 —y contando— provocan un bostezo
colectivo. Greta Thunberg menciona Sudán de pasada en discursos sobre Gaza o Congo,
pero no lidera campañas.
Feministas
internacionales claman por las mujeres sudanesas en comunicados tibios,
mientras las protestas por Palestina llenan plazas. Grupos LGBTQ+ como Rainbow
Railroad documentan abusos en campos de refugiados, pero sin el estruendo
mediático que merecen.
Este mutismo no es
inocente. Es geopolítica pura: Sudán no tiene un "villano occidental"
como Israel para galvanizar lobbies; sus verdugos —RSF respaldadas por Emiratos
Árabes y Rusia, SAF por Egipto e Irán— diluyen la narrativa en un caos africano
"olvidado".
No hay votos en las
urnas occidentales por Darfur; hay "fatiga de compasión" tras 2003, y
un sesgo que prioriza conflictos con ecos coloniales o religiosos polarizados.
Como ironiza un tuitero en X: "Si solo pudieran culpar a los judíos".
El Sur Global lo ve
claro: Occidente llora por ucranianos, pero ignora yemeníes, gazatíes o
sudaneses, revelando hipocresía que erosiona la ley humanitaria internacional.
En Reddit y X, la frustración hierve: "¿Por qué Sudán, con 10 veces más
muertos que Gaza, no merece protestas?"
Basta de esta
complicidad por omisión. Sudán no es un pie de página en la historia; es un
grito ahogado que exige acción: alto al fuego inmediato, sanciones a
financiadores de la masacre, fondos irrestrictos para ONGs locales y juicios en
La Haya por genocidio.
Líderes mundiales,
ONG y ciudadanos: rompan el silencio. Exijan que la ONU extienda misiones de
paz, que la UE y EE.UU. corten el flujo de armas, que las feministas y
activistas LGBTQ+ eleven estas voces marginadas. Justicia universal o nada:
porque si ignoramos el genocidio de Sudán, ¿qué nos hace diferentes de los
verdugos?
El mundo no puede
permitirse más dobles estándares; Sudán no puede permitirse más olvido. Es hora
de actuar, o de confesar que la humanidad es solo un espejismo.
Ricardo Alba El Día 8 de noviembre 2025
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