El crimen organizado avanza y el Estado hace la plancha
La fiscal de Corte
subrogante, Mónica Ferrero, no habló con eufemismos ante la Comisión de
Hacienda del Parlamento: “Se los imploro”.
La frase, cargada de
urgencia, no es un recurso retórico; es el grito de quien ve venir el incendio y no encuentra bomberos. Ferrero identificó
tres puntos calientes —Rosario, Chuy y Toledo— donde el narcotráfico y la
violencia “arden” sin control.
Pidió fiscales,
recursos, conciencia. Recibió, hasta ahora, silencio oficial. Lo que preocupa
no es solo la constatación del avance del crimen organizado —dato que cualquier
vecino de barrio periférico ya intuye—, sino la evidencia de que el Estado
uruguayo carece de herramientas y, lo que es peor, de voluntad política para enfrentarlo.
Ferrero comparó la
situación con Río de Janeiro, donde el Comando Vermelho no solo controla
territorios sino que ejerce justicia
paralela: decide quién vive, quién muere, quién paga impuestos. El Estado,
allí, es un convidado de piedra que sólo recupera el control a balazos y con
costo de vidas inocentes.
Uruguay no está en
ese punto, pero camina hacia él con los ojos vendados. El diagnóstico es
técnico y político a la vez. Diez fiscalías del interior funcionan con un solo
fiscal de turno único; cuando se enferma o viaja, el sistema colapsa. Rosario
es puerta de entrada de cargamentos desde Argentina; Chuy, puente de
organizaciones binacionales; Toledo, escenario de homicidios que ya no
sorprenden.
Ferrero solicitó al
menos tres fiscales nuevos para los puntos críticos. La respuesta del
Ministerio del Interior liderado por Carlos Negro, es un eco vacío. El gobierno
del Frente Amplio, que prometió “seguridad para todos” en su retorno al poder,
hace la plancha: ni presupuesto, ni
estrategia, ni discurso que reconozca la magnitud del problema.
La inacción tiene
nombre y apellido. El ministro Negro ha convertido la seguridad en un ejercicio
de relaciones públicas: habla sobre más patrulleros, más cámaras, más
estadísticas que esconden la realidad. Sólo habla. Mientras tanto, las bandas se profesionalizan, se
financian con narcotráfico y lavado, y reclutan a menores que ven en el delito
la única escalera social disponible.
El Estado, ausente, deja el terreno libre. Recuperar el
control no será gratis. En Río, cada intento de reingreso estatal termina en
guerra urbana. Uruguay aún puede evitar ese desenlace, pero el tiempo se agota.
Las declaraciones de
Ferrero son un semáforo en rojo que el
gobierno finge no ver. Si no se asignan recursos inmediatos —fiscales,
jueces, inteligencia, prevención—, el país despertará un día con barrios donde
la bandera nacional es un adorno y la ley la dicta quien porta el arma más
grande.
La fiscal de Corte no
pide un milagro; pide lo mínimo para que el Estado no abdique. El gobierno, en
cambio, prefiere la comodidad de la negación. Uruguay merece más que un
ministro que hace la plancha mientras el barco se hunde.
Merece un plan, un
presupuesto y, sobre todo, la valentía de reconocer que el crimen organizado no
es un problema ajeno: ya está aquí, y crece mientras dormimos.
Ricardo Alba El Día 1 de noviembre 2025
Comentarios
Publicar un comentario