El Odio Disfrazado: Cuando la Polarización Cosecha Violencia
Vivimos tiempos de profunda división. La polarización política y social
se ha enquistado en nuestras sociedades, transformando el debate en una
trinchera donde no hay espacio para el diálogo, solo para la aniquilación del
adversario.
En este campo de batalla, un actor ha emergido con especial fuerza: la cultura progresista y "woke", que, en su
fervor por la justicia social, ha sembrado un odio disfrazado de virtud. Es un
odio que, lamentablemente, ha comenzado a cosechar violencia.
La retórica que domina hoy es la de la pureza moral. Aquellos que no se
adhieren al dogma progresista son tildados de retrógrados, intolerantes,
racistas o fascistas. Este discurso, que se justifica en nobles causas como la
igualdad y la inclusión, genera una deshumanización del otro.
Al reducir a una persona a una etiqueta —un "villano" que
merece ser castigado— se legitima el odio y se crea un ambiente en el que la
violencia, tarde o temprano, deja de ser una abstracción para convertirse en
una cruda realidad.
Como bien ha señalado el escritor Arturo Pérez-Reverte,
esta cultura "woke" ha adoptado un "matonismo abrumador"
que se impone a través de las redes sociales.
Lo que antes era un debate de ideas, ahora es una "caza de
brujas" en la que la cancelación social se convierte en el arma principal.
Las carreras, las reputaciones y la paz de las personas son destruidas por un
"régimen dictatorial" digital que no admite disidencia.
Este acoso constante no solo asfixia la libertad de expresión, sino que
también inflama los ánimos, llevando la confrontación a límites peligrosos.
El lamentable asesinato del influencer y la trágica muerte de la joven
ucraniana, aunque no directamente causados por una ideología, se insertan en
este contexto de odio y polarización.
Ambos eventos son el reflejo de una sociedad que ha perdido sus anclas
de convivencia. Cuando los discursos de odio se vuelven la norma, y las
personas son juzgadas y condenadas públicamente por sus opiniones, se abre una
puerta a la violencia física. Es una consecuencia inevitable cuando las reglas
de la civilidad se rompen.
Es hora de que todos, sin importar nuestra afiliación política, nos
detengamos a reflexionar. Debemos replantearnos lo que decimos, cómo lo decimos
y las normas de convivencia que hemos abandonado.
La libertad de expresión no puede ser un pretexto para la difamación y
el odio. El respeto y la tolerancia deben volver a ser los pilares de nuestra
sociedad.
Si no lo hacemos, corremos el riesgo de terminar en una sociedad en la
que el fanatismo ideológico nos devore a todos, y la violencia se convierta en
la única forma de resolver nuestras diferencias.
Ricardo Alba El Día 13 de setiembre 2025
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