La corrección política: ¿Una amenaza al alma de la cultura occidental?
Un espectáculo de drag queens en la Torre Ejecutiva de Uruguay, contratado por la Secretaría de Derechos Humanos para cerrar un conversatorio sobre diversidad en septiembre de 2025, desató una tormenta de críticas.
No por el arte drag en sí, con raíces en el teatro
clásico y vibrante en festivales como el Lemonlab Dragfest de Chile, sino por
su ejecución mediocre y su imposición en un espacio presidencial.
Este evento, junto al lanzamiento de Deseo y
destino de David Rieff, donde el autor advierte que “la corrección política va
a destruir la cultura occidental”, nos movió a reflexionar : ¿estamos
sacrificando la herencia filosófica y estética de Occidente por ideologías que
priorizan la subjetividad, la censura y la moralización vacía?
Rieff, hijo de Susan Sontag, sostiene que el
“wokismo” y la corrección política exaltan el narcisismo autobiográfico y la
identidad individual sobre la “gran cultura” —la tradición literaria, artística
y filosófica que abarca desde Platón hasta Borges.
En Uruguay, el show de Negrashka Fox y Padyjeff,
aunque simbólico, fue percibido como kitsch y superficial, lejos del rigor
artístico defendido por Sontag o el cineasta Edgardo Cozarinsky a los que Rieff
considera referentes.
Algunos actores políticos como Guido Manini Ríos y
Sebastián Da Silva lo tildaron de “lamentable” e “inapropiado” para
Presidencia, pero el progresismo rápidamente descalificó sus opiniones por
tratarse de fieles exponentes de la “ultraderecha”, la típica descalificación que permite sentirse bien al autoconformismo
izquierdista.
En Argentina, bajo Alberto Fernández, performances
de Dyhzy, su hijo drag queen, en la Casa Rosada, fueron acusadas de
“pinkwashing” y oportunismo, priorizando agendas políticas sobre calidad
artística. Chile, en cambio, muestra mesura: bajo Gabriel Boric, el drag brilla
en escenarios culturales como el Teatro Caupolicán, con artistas como Juicy
Elektra, sin invadir espacios institucionales.
Esta deriva no es aislada. Rieff argumenta que el
“wokismo”, a través de la Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI), no desafía el
capitalismo global, sino que lo legitima al moralizarlo. En lugar de proponer
alternativas económicas, la izquierda contemporánea abraza dogmas identitarios
que reemplazan luchas estructurales por una narrativa de victimización
colectiva.
Como señala, “la DEI presta legitimidad moral a un
sistema capitalista que, tras el declive del cristianismo, la precisaba con
urgencia”. El resultado, predice, es la victoria del kitsch comercial
—“asegurar la victoria de Taylor Swift”— sobre la profundidad cultural.
Otros pensadores comparten esta alarma. Roger
Scruton denunció cómo la corrección política censura la libertad intelectual,
limitando el debate que nutre la cultura. Camille Paglia critica su
puritanismo, que sofoca la vitalidad del arte en favor de moralismos
superficiales. Douglas Murray alerta que la obsesión identitaria fractura la
cohesión social, priorizando el sentimiento subjetivo sobre la verdad objetiva.
Jordan Peterson ve un ataque a valores tradicionales occidentales como el
mérito individual y la libertad de expresión, promoviendo una victimización que
debilita la responsabilidad personal. Slavoj Žižek, desde la izquierda, critica
como el “woke” legitima el capitalismo al desviar la atención de las
desigualdades estructurales.
Todos coinciden: al anteponer la subjetividad y la censura, la corrección política
desvaloriza la “gran cultura” y amenaza la cohesión social.
En Uruguay y Argentina, espectáculos oficiales de
baja calidad reflejan esta erosión : se tratan más de gestos políticos que de
actos artísticos. La corrección política
reduce el arte a propaganda, careciendo de profundidad estética.
Se limita la libertad intelectual, prohibiendo el
abordaje de ciertos temas desde una óptica no “oficialista”, y se es
condescendiente con determinadas expresiones de escaso valor estético o
artístico. Sin olvidar las “sorpresas” cinematográficas cada vez más
frecuentes, donde podemos ver desde líderes vikingos afrodescendientes, hasta
mujeres guerreras empoderadas capaces de derrotar ellas solas a ejércitos
numerosos.
Se prioriza
el sentimiento sobre la verdad, erosionando la tradición cultural y debilitando
la cohesión social. La “izquierda sin alternativa económica”, se debió resignar
a legitimar el statu quo capitalista, desplazando la “lucha” al campo de la
diversidad y lo políticamente correcto.
Como ciudadanos, debemos rechazar la censura
implícita del “wokismo”, apoyar la libertad de expresión del pensamiento, y
apoyar creadores que honren el pasado sin ceder al narcisismo del presente.
¿Permitiremos que nuestra herencia se disuelva en
lo banal, o lucharemos por preservarla? La respuesta define nuestro futuro.
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