El Nobel a María Corina Machado y la hipocresía de la izquierda
El Premio Nobel de la Paz 2025 otorgado a María Corina Machado es un faro de esperanza para el pueblo venezolano, que resiste bajo la opresión de una dictadura que ha convertido un país rico en un campo de miseria.
El Comité Nobel, al
premiar su lucha incansable por los derechos democráticos y una transición
pacífica, no solo honra a una mujer valiente, sino que envía un mensaje global:
la libertad no negocia con tiranos.
Sin embargo, la reacción
de ciertos sectores de la izquierda, tanto internacional como en nuestro
Uruguay, es un espectáculo lamentable de silencios cómplices, relativizaciones
cínicas y comentarios desafortunados que revelan una verdad incómoda: para
algunos, la libertad de los pueblos es
secundaria si no encaja en su agenda ideológica.
Machado, hoy en la
clandestinidad, encarna la resistencia frente a un régimen que anula
elecciones, encarcela opositores y silencia la disidencia con violencia. Su
liderazgo unificó a una oposición fracturada, respaldó a Edmundo González en
las elecciones de 2024 —que la comunidad internacional reconoció como
legítimas— y enfrentó inhabilitaciones arbitrarias con una dignidad que
recuerda a las grandes figuras de la lucha no violenta.
El Nobel no es solo
suyo: es del pueblo venezolano que, como ella dijo, “sufre pero no se rinde”.
Los motivos del
Comité son claros: su lucha es un espejo de la resistencia pacífica contra el
autoritarismo, idéntica en espíritu a la de Aung San Suu Kyi, premiada en 1991
por desafiar a la dictadura militar birmana.
Y aquí radica la
paradoja. Hace 34 años, la izquierda uruguaya e internacional celebró con
entusiasmo el Nobel a Suu Kyi. En Uruguay, recién salido de la dictadura, el
Frente Amplio, con figuras como Tabaré Vázquez, alzó la voz en La República,
llamándola “un faro de esperanza”. El PIT-CNT organizó vigilias en la Plaza
Independencia, y Brecha la comparó con Gandhi.
No había tibiezas ni
cálculos geopolíticos: la izquierda abrazó su lucha como propia, viendo en ella
el reflejo de su resistencia contra los militares.
¿Qué cambió? ¿Por qué
el Nobel a Machado, que enfrenta un régimen igualmente opresor, es recibido con
silencios, ironías o condenas abiertas?
La respuesta es tan
clara como desoladora: para la izquierda
marxista, la libertad de los pueblos es negociable si el dictador es “aliado”.
Mientras Suu Kyi peleaba contra una junta militar sin la carga ideológica del
chavismo, Machado desafía un régimen que se
envuelve en la bandera del “antiimperialismo” para justificar sus abusos.
Así, líderes como
Yamandú Orsi, que ironizó con que “pensé que se lo darían a Trump”, o Gustavo
Petro, que relativizó el Nobel como “geopolítica yankee”, revelan una doble
moral insostenible. Silencios como los de Boric o Sheinbaum, o el rechazo
visceral de aliados de Maduro, muestran que la izquierda regional no está del lado de la democracia, sino de
la conveniencia política. Apoyan o rechazan premios y dictaduras según
sirvan a su alineamiento ideológico, no a los principios que dicen defender.
En este artículo no
buscamos romantizar a Machado ni ignorar las complejidades de Venezuela. Lo que
sí exigimos es coherencia: si la izquierda uruguaya lloró de emoción con Suu
Kyi en 1991, ¿por qué no reconoce el mismo coraje en Machado? ¿Acaso la
libertad venezolana vale menos porque el régimen de Maduro ondea banderas
“antiimperialistas”?
La izquierda que
aplaudió a Vázquez y al PIT-CNT por su solidaridad global debe mirarse al espejo.
La lucha por la democracia no admite
dobles raseros.
El Nobel a Machado es
un grito contra la opresión; el silencio o el desprecio de ciertos progresistas
es un eco de su propia contradicción.
Uruguay, por historia
y por valores, merece una izquierda que no titubee ante la tiranía, venga de
donde venga. Celebremos a Machado, no por su ideología, sino por su valentía.
Y que los tibios
reflexionen: la historia no perdona a quienes eligen el cálculo político sobre
la justicia.
Ricardo Alba El Día 18 de octubre 2025
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