La paradoja de Gaza: entre el abandono regional y la ausencia de voz
La Franja de Gaza, un territorio minúsculo pero de una complejidad abrumadora, se ha convertido en el epicentro de un sufrimiento que parece no tener fin. Mientras los titulares se centran en el conflicto y la respuesta internacional, hay verdades incómodas que se silencian, aspectos de la tragedia que se ocultan bajo la capa de la información diaria.
La primera de ellas es la ausencia de una voz palestina unificada. Hace
19 años que los habitantes de Gaza no acuden a las urnas. La democracia, un
ideal que se defiende en tantas partes del mundo, es una utopía inalcanzable
para ellos. Desde la victoria de Hamás en 2006, la división con Fatah ha
congelado la vida política, persiguiendo a la disidencia y dejando a la
población sin una representación legítima. Se habla de los gazatíes y los
“palestinos”como un pueblo, pero sus líderes están peleados, incapaces de
reconciliarse, y su voz está silenciada.
La segunda gran paradoja es el papel de Egipto. El país, que alguna vez
administró este mismo territorio y tiene una superficie de más de un millón de
kilómetros cuadrados, mira hacia otro lado.
Con el paso de Rafah, la única salida al mundo exterior, estrictamente
controlado, la ayuda humanitaria se cuenta por cuentagotas y la entrada de
refugiados es prácticamente nula. Egipto no quiere saber nada de un éxodo
masivo, temiendo que un problema que es del pueblo palestino e Israel se
convierta en una carga permanente y desestabilizadora para su propio país.
Lo que muchos ven como una obligación moral, Egipto lo ve como una
amenaza a su seguridad nacional.
Este escenario, en el que se mezclan la falta de elecciones, la
represión interna y el abandono de los vecinos, revela una imagen más profunda
y desoladora.
Los palestinos de Gaza se encuentran atrapados en una cuádruple
encrucijada: el control del grupo terrorista Hamás, el enfrentamiento militar con Israel, la división interna entre
sus propias facciones, y el rechazo de los países vecinos, que les cierran las
puertas.
No es solo un problema de guerra y paz; es una crisis de gobernabilidad,
de solidaridad regional y de humanidad.
Una crisis que no puede ser resuelta solo con ayuda humanitaria si la
gente no tiene una voz y sus vecinos, alguna vez impulsores del panarabismo,
les dan la espalda.
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