Un Montevideo ahogado en plástico: la urgencia de soluciones reales
La contaminación ambiental generada por los plásticos es un flagelo global que no distingue fronteras, y Uruguay, lejos de ser una excepción, enfrenta una crisis silenciosa pero apremiante. Se estima que nuestro país genera unas 200.000 toneladas de plástico al año, una cifra que, aunque pueda parecer modesta en comparación con grandes potencias industriales, resulta alarmante para una nación de poco más de tres millones de habitantes. En Montevideo, donde se concentra gran parte de esta problemática, la basura plástica se acumula en las calles, los cursos de agua y los vertederos, mientras las medidas adoptadas hasta ahora parecen más un gesto simbólico que una solución efectiva.
En los últimos años, se han implementado iniciativas como el cobro de las bolsas plásticas en los comercios o la prohibición de los sorbetes, pero estas acciones, aunque bienintencionadas, no han logrado atacar la raíz del problema. Basta con recorrer un supermercado para comprobarlo: casi todo viene envuelto en plástico, desde los alimentos hasta los productos de limpieza. Especialmente preocupantes son los plásticos de un solo uso, que representan un volumen abrumador de desechos, y los microplásticos, esas partículas diminutas que surgen de la degradación y que ya contaminan suelos, ríos, mares e incluso nuestros propios cuerpos. La ciencia lo advierte: estamos ante una amenaza ambiental y sanitaria que no podemos seguir ignorando.
Sin embargo, la responsabilidad no recae solo en los ciudadanos. Es cierto que falta una mayor toma de conciencia en la población, pero tampoco se observa un compromiso real por parte de los supermercados, las grandes superficies o las autoridades. El Ministerio de Ambiente, que debería liderar esta batalla, parece conformarse con declaraciones esporádicas de buenas intenciones, sin proponer políticas integrales ni creativas. Prohibiciones e impuestos, como los que hemos visto, terminan recayendo sobre los consumidores, mientras las empresas que producen y comercializan estos materiales siguen operando sin mayores incentivos para cambiar sus prácticas.
Montevideo, en particular, enfrenta un desafío adicional: el sistema de recolección de residuos domiciliarios está colapsado, víctima de la impericia y la desidia de las autoridades municipales. En este contexto, los hurgadores emergen como un pilar inesperado del reciclaje informal. Hay quienes afirman, con razón, que sin su labor la ciudad estaría literalmente desbordada por la basura. Entonces, ¿por qué no convertir esta realidad en una oportunidad? Una medida innovadora podría ser pagar a los hurgadores por el plástico que recolectan, formalizando su aporte y dándoles un incentivo económico. Esto no solo ayudaría a reducir los desechos, sino que también dignificaría el trabajo de quienes, muchas veces en condiciones precarias, sostienen un sistema que las autoridades no logran gestionar.
No alcanza con parches ni discursos. Necesitamos soluciones estructurales: subsidios bien dirigidos a empresas que desarrollen alternativas al plástico, programas para la devolución de envases plásticos descartables en las grandes superficies a cambio de algún descuento, o la generalización de algún sistema de ecomonedas, campañas masivas de educación ambiental, incentivos para la economía circular y sobre todo, una visión clara desde el gobierno nacional y municipal.
La actual falta de ideas innovadoras y planes viables en las autoridades es tan evidente como preocupante. Montevideo no puede seguir ahogándose en plástico mientras esperamos que el problema se resuelva solo. Es hora de actuar con audacia y compromiso, porque el costo de la inacción lo pagaremos todos: en nuestra salud, en nuestro entorno y en el futuro de las próximas generaciones.
Elizabeth Gómez
El Día 29 de marzo de 2025
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