EL HOMENAJE A SENDIC QUE NO FUE
Una reflexión sobre la memoria histórica y la democracia
El reciente intento de rendir homenaje a Raúl Sendic en el Parlamento uruguayo, al cumplirse 100 años de su nacimiento, ha reavivado un debate profundo y necesario sobre nuestra memoria histórica, la democracia y la forma en que elegimos recordar el pasado. Este episodio, que finalmente no prosperó por la falta de un voto, pone en el centro de la discusión una pregunta fundamental: ¿cómo debemos abordar, como sociedad, el legado de figuras vinculadas a episodios de violencia política que atentaron contra las instituciones democráticas?
Un pasado de violencia y terror
Durante las décadas de 1960 y principios de 1970, el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros (MLN-T) protagonizó una serie de acciones violentas que marcaron a fuego la historia del Uruguay. Bombas, asesinatos, secuestros y robos fueron parte de un accionar que buscaba desestabilizar el sistema democrático y tomar el poder por la vía armada. En aquel contexto, los Tupamaros no luchaban contra una dictadura, como algunos han intentado afirmar en un ejercicio de revisionismo histórico, sino que lo hicieron en vigencia de la democracia, con el objetivo de derrocarla.
La toma de Pando en 1969, que algunos sectores conmemoran como un acto heroico, es un ejemplo claro de esta violencia. Lejos de ser una gesta digna de celebración, fue un episodio trágico en el que murieron personas inocentes, dejando heridas que aún no han sanado en la memoria colectiva. Presentar estos hechos como luchas sociales legítimas no solo distorsiona la verdad, sino que también deslegitima el sufrimiento de las víctimas y sus familias.
La reinvención política y el revisionismo histórico
Con la restauración de la democracia en 1985 y los cambios globales, como el fin de la Guerra Fría y el colapso del bloque socialista, muchos exmiembros del MLN-T comprendieron que la vía armada era insostenible. Así, optaron por integrarse al sistema político que antes habían despreciado, calificándolo de “democracia burguesa”. Su ingreso al Frente Amplio, resistido inicialmente por figuras como el general Líber Seregni, marcó un giro estratégico que incluyó la creación del Movimiento de Participación Popular (MPP).
Este proceso vino acompañado de un esfuerzo deliberado por reescribir el pasado. Los antiguos guerrilleros, que antes sembraban el terror, comenzaron a presentarse como “luchadores sociales” en busca de un mundo mejor. Esta narrativa, dirigida especialmente a las generaciones más jóvenes, ha sido acompañada por un plan de marketing político que transformó figuras como José “Pepe” Mujica en íconos internacionales. Mujica, de un pasado vinculado al delito, se convirtió en un “filósofo” de frases simples, mientras su imagen de hombre bonachón ocultaba el recuerdo del asaltante armado.
El homenaje que no fue
En este contexto, el intento de homenajear a Raúl Sendic en el Parlamento resulta profundamente paradojal. Sendic, líder del MLN-T en aquellos años turbulentos, fue una figura central en un movimiento que buscó derribar la democracia a sangre y fuego. Pretender honrarlo en el recinto por excelencia de la institucionalidad democrática es una contradicción que no puede pasarse por alto. Afortunadamente, la falta de un voto impidió que este homenaje se concretara, pero el episodio deja en evidencia la persistencia de intentos por legitimar un pasado de violencia.
Este hecho nos interpela como sociedad. ¿Estamos dispuestos a permitir que se reescriba la historia para blanquear acciones que atentaron contra los valores democráticos? ¿Es posible rendir tributo a quienes buscaron destruir las instituciones que hoy nos permiten debatir libremente, sin reconocer el daño causado?
La necesidad de una memoria crítica
La memoria histórica no puede ser un ejercicio de amnesia selectiva ni de exaltación acrítica. Reconocer el pasado implica asumir su complejidad, incluyendo los errores, los excesos y las consecuencias de las acciones de todos los actores involucrados. Sin embargo, justificar la violencia política como un medio legítimo para alcanzar fines ideológicos es un precedente peligroso que socava los principios democráticos.
Es fundamental que, como sociedad, enfrentemos con determinación los intentos de reescribir la historia para convertir a antiguos terroristas en héroes. Esto requiere un compromiso con la verdad, la educación y el respeto por las víctimas. Las generaciones más jóvenes, en particular, deben tener acceso a una narrativa histórica equilibrada que no romantice la violencia ni ignore el valor de la democracia.
Conclusión
El homenaje a Sendic que no fue es un recordatorio de que la memoria histórica es un terreno en disputa. La democracia, como sistema, no solo nos permite disentir y debatir, sino que también nos exige defenderla de quienes buscan distorsionar su esencia. Honrar a quienes atentaron contra ella en el pasado sería traicionar los valores que nos unen como nación. Este episodio, aunque frustrado, no será el último intento de legitimar un pasado de violencia. Por ello, es responsabilidad de todos, ciudadanos, instituciones y líderes políticos, permanecer vigilantes y comprometidos con la Verdad y la defensa de nuestra democracia. Solo así podremos construir un futuro basado en la convivencia, el respeto y la memoria crítica.
Ricardo Alba
Fuente : El Día 15 de marzo de 2025
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